La realidad del emprendedor no es lineal. Todos quieren crecer, todos sueñan con el éxito, pero pocos están listos para bancarse la dificultad. Esa piedra en el camino que te obliga a frenarte, a recalcular, a aprender de cero.
Muchos se frustran y lo primero que hacen es buscar culpables: el algoritmo, la crisis, los clientes, la competencia, el país… siempre hay una excusa a mano.
La verdad es otra: la dificultad no viene a joderte, viene a mostrarte dónde mejorar.
El secreto no está en evitar los obstáculos, sino en aprender a pasar por arriba de ellos. Y eso tiene nombre: resiliencia.
No es magia. Es práctica, constancia y cabeza fría cuando todo sale mal.
Resiliencia es cuando se te rompe la compu antes de entregar un trabajo y, en vez de putear al universo, te sentás y lo hacés de nuevo.
Es cuando subís un reel que no lo ve nadie, y en vez de abandonar, te preguntás qué podés mejorar para la próxima.
Es cuando caen las ventas y, en vez de cambiar de rubro, ajustás, planificás y seguís.
El que abandona a la primera de cambio, nunca va a ver crecer su marca.
El que insiste, aprende, y prueba, termina encontrando su forma de vender, su comunidad, su lugar.
No se trata de negar la dificultad ni de romantizarla. Se trata de entender que es parte del proceso, que es inevitable y que, si la usás a tu favor, es el mejor maestro.
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